Hagamos un alunizaje, tú y yo,
hacia esa nube perezosa
que marca el suelo de hiriente blanco.
Sólo si el verso es agua
se clava el poema en medio.
Coge posición,
avanza
y dile a tu cintura
que aquellos álamos
son una reserva de sombra.
Al campo los dos nos fuimos, soleares de Rancapino, a la guitarra Paco Cepero.
Los dos nos fuimos al campo
a contarnos nuestras penas,
y éstas desaparecieron
al contemplar las estrellas.
La luna te vio llorar
y me lo vino a mí a decir,
y aunque tu gente no quiera
gitana, serás pa mí.
No quieras vivir la vida
tratándola de arreglar,
que te volveras loco
y en claro no sacas na.